miércoles, 15 de enero de 2014

Miedo escénico

Quizá nos esté empezando a pesar demasiado
esto de ir acumulando tanta tristeza;
o quizá padezcamos
ese síndrome de Diógenes actual,
donde nuestros políticos
dejan sus bolsas de la basura
en la entrada de nuestra puerta.

Quizá, simplemente, nos estemos quedando sin ganas
y se nos esté empezando
a notar en la voz;
o quizá sea este gélido diciembre,
que empieza a parecerse a dormir con un iceberg
atándose los zapatos
a los pies de nuestra cama.

Pero venía a contarte
que ya he visto en otro lugar esos ojos,
y no fue muy lejos de aquí.
Que prefiero que me digas
que tienes miedo de no estar a la altura,
a que me digas:
“acabo de llegar a la cumbre de aquel sitio
y creo que debería haber estado un poco más alta”.
Que la primavera no deja de ser
un jardín lleno de flores de un día,
que no saben ni aceptan morir;
y que yo tengo grabadas todas las hojas de este otoño
para que puedas ver, de verdad,
lo que es caer con estilo;
y que guardo el frío embotellado
para brindarte el invierno
que está por venir.

Quizá todo esto
no te parezca gran cosa,
pero entiendo
que se puede también:

morir de ganas
y matar de placer.

Y si es por ti,
hasta vivir en el intento.